sábado, 17 de septiembre de 2011

La educación en el siglo XXI Una crónica de errores bienintencionados


 Desde finales del siglo XX y estos primeros escarceos cronológicos del nuevo siglo, los paradigmas educativos han tendido a complementarse y ser removidos por otros que, si bien no son nuevos, han sido retomados, remozados, abrillantados y vendidos como la salvación de los países en desarrollo. En suma, la publicitación y puesta en marcha de los cambios paradigmáticos dentro de la educación oficial mexicana es a todas luces un movimiento hecho desde un escritorio sin otro fin que el de sustentar el poder de las autoridades encargadas de darle dirección a la educación nacional. Sin embargo, el hecho de que dichos cambios estén sustentados en conceptos neorománticos, tales como el constructivismo y la adición de modas como el uso de las Tecnologías de Información y de las Comunicaciones (TICs) dentro de la educación formal, las han hecho no solo creíbles sino también apetecibles, y por eso la pronta implantación de estas reformas dogmáticas, carentes en su mayoría de sustentación real y de contextualización para nuestro pueblo.
        Desde tiempos inmemorables, la educación en México ha estado basada en condiciones de tipo conductista–positivista. Ahora en pleno siglo XXI, la educación sigue siendo del mismo corte, dadas las condiciones socioeconómicas de los profesores, las deficiencias educativas de los encargados de educar y, peor aún, la total falta de cultura –de cualquier índole- de los intocables líderes magisteriales, así como de muchos de los orgullosos poseedores de algún “hueso” dentro de la SEP.
        En este inmisericorde contexto se da la implantación de un humanismo del New Age dentro del ámbito educativo: de un plumazo los maestros se convierten en tomadores de decisiones, investigadores de sí mismos y de su profesión, se hacen obligatorias las “academias” en donde se discuten al más alto estilo filosófico y en una horizontalidad total los puntos importantes a realizar para el mejoramiento integral de la educación en cada una de las escuelas y se critica en el mejor sentido de la palabra las acciones así como el desempeño de los maestros, quienes aceptan humildemente sus errores y prometen dar el cien por ciento de sí mismos para el enriquecimiento pedagógico y mejoramiento escolar. Acto seguido se enarbola la bandera del constructivismo, todos y todas incluyendo los “algos” deberán caer rendidos ante esta novedosa propuesta paradigmática, quemando cualquier vestigio del positivismo y del enemigo favorito de la educación posmodernista: el conductivismo. 
¿Y nuestra nieve? ¿de qué la queremos?
        De repente, por una decisión tomada al vapor, debido a presiones externas para encausar el camino de la modernización, el gobierno mexicano implanta un programa de uso extensivo de las TICs,  y reparte a manos llenas equipos de cómputo y video que supuestamente generarán un mayor aprovechamiento escolar y potenciarán de una forma nunca antes vista los procesos de enseñanza aprendizaje.
        Las intenciones hasta ahora mencionadas son muy buenas, ¿pero en realidad servirán de algo?, ¿han sido tomadas en un estricto apego a las necesidades de la educación actual?, o ¿solamente serán una parada de cuello del moribundo sexenio foxista?
        En contra de esto puedo aducir que la mayoría de los maestros, académicos, catedráticos e investigadores de México hoy en funciones fuimos educados dentro del positivismo, mediante las mejores técnicas conductistas y sin ningún elemento de alta tecnología dentro de nuestras aulas (a excepción de las calculadoras). ¿Eso nos hace inferiores culturalmente hablando a las nuevas generaciones de estudiantes del siglo XXI? La respuesta debería ser que sí. Sin embargo, la mayoría de los encargados de traspasar conocimientos a los estudiantes de hoy nos damos cuenta de que el hecho de poder tener acceso a una cantidad de información mejor y mucho más amplia no conlleva que los alumnos hagan uso de este poder. Es más, la mayoría de los maestros de cualquier nivel se quejan de forma muy frecuente, de que los elementos tecnológicos destinados a mejorar el aspecto pedagógico de la educación no hacen sino estorbar, dado que, aunado a las posibilidades educativas anteriormente dichas, se convierten en fuentes inagotables de ocio a las que recurren los educandos, perdiendo el tiempo soberanamente sin hacer lo único que se supone deberían hacer: estudiar.
        Ahora bien, los alumnos no son los únicos con diversas problemáticas al momento de convivir dentro del aula con un elemento tecnológico de vanguardia. Los maestros tienen sus problemas también. Es muy común en nuestro país que los encargados de enseñar se nieguen rotundamente a aprender, y obviamente el enquistamiento de una buena parte de los profesores con plaza (cualquiera que sea el origen de ésta) generan que no sientan el compromiso de ponerse al día en nuevas metodologías y herramientas pedagógicas que harían más productivo su trabajo Por el contrario, apelan a la inercia, ignorancia y despreocupación de sus superiores quienes de igual manera no entienden lo que están ordenando hacer dentro de las escuelas a sus subordinados.
        Más aún, esta idea de que si los estudiantes tienen computadoras o acceso a ellas, estudiarán mejor, aprenderán mejor, tendrán mayores y mejores oportunidades de trabajo así como de éxito personal, es totalmente falsa. Pero nos están literalmente vendiendo la idea y la estamos pagando en efectivo cada vez que vamos al súper y al momento de pagar nuestros insumos nos pregunta amablemente la cajera “¿Quiere cooperar para el Redondeo?” Esto quiere decir que los escasos centavos o pesos que nos puedan sobrar como vuelto, simplemente tenemos la “obligación” de regalarlos -cito textualmente: “para que cada niño y niña de nuestro país puedan tener computadoras en sus escuelas”.
        He aquí la gran falsedad. Tal paradigma es del todo erróneo: la computadora no es una caja mágica que con el sólo hecho de poseerse brinde el poder de apropiarse de todo el conocimiento existente en este mundo matraca ni de obtener la capacidad de discernimiento, crítica y análisis que la información ubicada en Internet necesita para volverse conocimiento en la cabecita de nuestros morenazos infantes o educandos de cualquier edad.
        La mediatización de la educación y la inclusión de artilugios de alta tecnología dentro de las aulas nacionales ha traído cambios no esperados y vuelto más caótica aún la ecología de los salones de clases, que lejos de mejorar, se han convertido en pequeños principados donde se enseña cuando se puede y quiere, o lo que es peor, a quien le importe. Porque aunado al concepto de caos antes mencionado tenemos que el avallasamiento de las mentes jóvenes por los antivalores y un estado perenne de insensibilidad a todo lo que apeste a cultura y educación están dando como resultado el hundimiento de nuestro país en una pobreza peor que la económica: la pobreza mental.
        La educación asistida por ordenador (EDASOR) es un salto cuántico respecto a los métodos tradicionales de enseñanza y en mi opinión no ha habido mejor forma y más rápida de producir el anhelado apropiamiento del conocimiento. Esto último hace deseable para las autoridades educativas el incluir los sistemas informáticos dentro de las escuelas. Sin embargo, el poco entendimiento de las “formas”, los “porqués” y los “cómos” para la correcta implantación de las TICs dentro del sistema educativo mexicano están dejando pasar la oportunidad de subirnos a la modernización. Por el contrario, cada vez es más tangible que las nuevas generaciones de mexicanos se encuentran perdidas en el más puro de los salvajismos; cromañones con teléfonos celulares que sólo entienden la tecnología como una fuente inagotable de ocio así como la oportunidad de salvarse de la desagradable actividad de pensar.
(Texto escrito en julio de 2006)

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