sábado, 17 de septiembre de 2011

Robo de Identidad



-En días pasados la empresa Microsoft anunció a los medios especializados en el ramo la inminente salida al mercado de su nuevo producto Windows 7. La empresa alardeó que su nuevo sistema operativo será más robusto, estable y seguro. Sin embargo, ¿todos sabemos que el sistema operativo más atacado es Windows? Incluso, no es ningún secreto que la misma empresa Microsoft representa un peligro para nuestra identidad.
¿Qué tan real es el peligro de robo de identidad en la red? Desgraciadamente, es tan real como nuestra existencia en este planeta. De hecho, podemos argumentar un desdoblamiento de nuestra identidad en dos partes; física y virtual; entendiendo el aspecto físico como nuestra corporeidad y las actividades cotidianas, aunque al momento de explicar el concepto de identidad virtual, las cosas se pongan un poco más técnicas y complicadas.
Cuando nos concebimos como ciudadanos de un país, en el que habitamos, nacemos o vivimos (en ese espacio de tierra), tenemos derechos conferidos por leyes limitadas a dicho terruño. Pero ¿qué nos concede en realidad el estatus de ciudadano de una nación en específico? Pues un simple papel, un trámite burocrático en el que la persona queda inserta en una base de datos. Y en ese punto en donde inicia nuestra vida dentro de la virtualidad.
Nuestra identidad jurídica, nuestro nombre, créditos bancarios y preferencias políticas se encuentran en bases de datos informáticas que se enlazan dentro de intranets que al final de cuentas se comunican a la Internet, lo que permite consultarla, actualizarlas o, en le peor de los casos, robarlas o adulteradas.
¿Quién está a salvo del robo de identidad?, pues sólo quien no la tiene, quien no es parte del sistema de cualquier país y vive en la más pura de las clandestinidades.
En el mundo cotidiano, “el mundo físico”, tenemos la seguridad de nuestra existencia basada en la corporeidad, sin embargo, en el mundo virtual nuestra existencia está basada en la integración propia de expedientes electrónicos que le dicen a las computadoras consultantes que usted es quien dice ser y tiene derechos y privilegios con base en su puntuación o escrutinio digital.

            Cualquiera puede aducir que Yo soy yo, y puede dar pruebas fehacientes de que (aquí añada su nombre) existe y además aporta el testimonio de su familia y amigos. Muy bien, su existencia física podría darse por comprobada, pero en el caso de que usted se encuentre en otro lugar, lejos de sus parientes y amigos, ¿cómo comprobaría que usted es quien dice ser? Su sola presencia tridimensional, palpable, visible y constatable no es suficiente para dar veracidad a su identidad jurídica. La respuesta podría antojarse fácil, una credencial que avale su identidad, pero al final de cuentas, ¿qué es lo que le da sustento a esa credencial? Una base de datos en línea. Lo que hace una persona para saber si una tercera es quien dice ser es un simple cruce de datos y, si en este escrutinio todo resulta correcto, pues usted es quien dice ser y no otro de los chorrocientos millones de seres humanos que hay en este mundo. Así de sencillo es demostrar que su existencia es real, pero teniendo en cuenta lo sencillo de este sistema, de igual manera es muy fácil que algún maleante se apodere de su identidad jurídica. Si yo fuera un malhechor informático, ¿qué necesitaría para apoderarme de su identidad? Datos muy sencillos como nombre completo, domicilio y fecha de nacimiento. Estos tres requisitos son la llave para obtener toda la información que me abriría las puertas de su tarjeta de crédito, cuentas bancarias, información confidencial acerca de salud, creencias religiosas y políticas, preferencias sexuales y un largo etcétera. Mientras más sepa de usted, más poder tendré sobre su persona y por lo tanto me será más fácil apropiarme de su identidad.
            En una sociedad en que la corporeidad palpable de una persona pierde peso existencial, la existencia virtual es más segura, veraz y tangible que la propia presencia del cuerpo, por ejemplo, echare mano de una historia ficticia, pero en ningún momento carente de verdad. Supongamos que usted se llama Felipe Pérez Rodríguez, sabe que así se llama; sus padres, hermanos y familiares de primer rango estarán al tanto de su existencia e identidad, pero a mí no me consta en lo más mínimo que esa combinación específica de palabras (nombre) con que cada uno de nosotros somos denominados al ser registrados dentro de la base de datos nacional –también conocida como Registro Civil- se refiere a usted y que las ligas entre las bases de datos bancarias y civiles estén sujetas a esta clave denominativa que se ostenta como identificación personal, por lo tanto tendré que verificar su identidad virtual para que sustente su existencia física. Sólo así podré tener total confianza de que la persona que estoy viendo realmente existe.

            Es aquí donde llego a una disyuntiva ontológica; soy o no soy. O sea, el hecho de que exista físicamente me da una identidad o mi identidad virtual sustenta mi existir corpóreo. Sin alejarnos de esta disyuntiva, propongo una dualidad: existo pero no soy o soy pero no existo. Estas dos opciones son concretas, verdaderas y plausibles. En la primera puedo venir a este mundo matraca, existir y coexistir con otros individuos de la sociedad, pero también puedo carecer de identidad al no poseer alguna sustentación virtual que avale mi presencia en esta matraquera tierra. Por otro lado, es posible no existir somáticamente y, sin embargo,  ostentar una identidad que me permita cobrar cheques, hacer compras en línea, jugar en casinos, realizar transacciones en la bolsa de valores de Nueva York o abrir una cuenta de banco en Suiza.
            Llegado a este punto, disparo una pregunta, ¿qué será más real o importante a finales de este siglo que inicia; la existencia física o la virtual?
La virtualidad en nuestras vidas se ha apoderado prácticamente de todo lo que hacemos y del valor que le asignamos a las cosas. ¿Cuál es el sustento que le doy a esto? Pues hagamos un experimento de valoración personal: ¿quiere usted saber si es alguien?, ¿si será recordado por sus congéneres por algún hecho o evento importante en su vida?, ¿en realidad quiere saber si su vida ha valido? ¡Es muy sencillo! No necesita una esfera mágica de cristal o la gnóstica presencia de una pitonisa para saberlo, simplemente necesita dos sencillos implementos tecnológicos que encontrará en cualquier ciudad del mundo que ostente ese nombre: una computadora con conexión a Internet; ingrese a cualquier buscador de su preferencia; Yahoo, Google, Bing (todos trademarks, of course), acto seguido, teclee su nombre completo y listo. Si su identidad aparece, ya la hizo, es usted alguien en este mundo y podrá medir su nivel de éxito checando en cuántas páginas aparece o cuántas hacen alusión a su persona o trabajo. Pero si no aparece a la primera búsqueda, déjeme decirle mi querido lector que su vida vale menos que un pepino, y su estancia en esta tierra es comparativamente la misma que la de un perro: nació, creció, se reprodujo (en el mejor de los casos), y sólo está esperando colgar los tenis, o dicho de otra forma más poética en espera de conjugar el verbo petatear.

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