-En días pasados la empresa Microsoft anunció a los medios especializados
en el ramo la inminente salida al mercado de su nuevo producto Windows 7. La
empresa alardeó que su nuevo sistema operativo será más robusto, estable y
seguro. Sin embargo, ¿todos sabemos que el sistema operativo más atacado es Windows?
Incluso, no es ningún secreto que la misma empresa Microsoft representa un
peligro para nuestra identidad.
¿Qué tan real es el peligro de robo de identidad en la red?
Desgraciadamente, es tan real como nuestra existencia en este planeta. De
hecho, podemos argumentar un desdoblamiento de nuestra identidad en dos partes;
física y virtual; entendiendo el aspecto físico como nuestra corporeidad y las
actividades cotidianas, aunque al momento de explicar el concepto de identidad
virtual, las cosas se pongan un poco más técnicas y complicadas.
Cuando nos concebimos como ciudadanos de un país, en el que habitamos,
nacemos o vivimos (en ese espacio de tierra), tenemos derechos conferidos por
leyes limitadas a dicho terruño. Pero ¿qué nos concede en realidad el estatus
de ciudadano de una nación en específico? Pues un simple papel, un trámite
burocrático en el que la persona queda inserta en una base de datos. Y en ese
punto en donde inicia nuestra vida dentro de la virtualidad.
Nuestra identidad jurídica, nuestro nombre, créditos bancarios y
preferencias políticas se encuentran en bases de datos informáticas que se
enlazan dentro de intranets que al final de cuentas se comunican a la Internet , lo que permite
consultarla, actualizarlas o, en le peor de los casos, robarlas o adulteradas.
¿Quién está a salvo del robo de identidad?, pues sólo quien no la tiene,
quien no es parte del sistema de cualquier país y vive en la más pura de las
clandestinidades.
En el
mundo cotidiano, “el mundo físico”, tenemos la seguridad de nuestra existencia
basada en la corporeidad, sin embargo, en el mundo virtual nuestra existencia
está basada en la integración propia de expedientes electrónicos que le dicen a
las computadoras consultantes que usted es quien dice ser y tiene derechos y
privilegios con base en su puntuación o escrutinio digital.
Cualquiera puede aducir que Yo soy
yo, y puede dar pruebas fehacientes de que (aquí añada su nombre) existe y
además aporta el testimonio de su familia y amigos. Muy bien, su existencia
física podría darse por comprobada, pero en el caso de que usted se encuentre
en otro lugar, lejos de sus parientes y amigos, ¿cómo comprobaría que usted es
quien dice ser? Su sola presencia tridimensional, palpable, visible y
constatable no es suficiente para dar veracidad a su identidad jurídica. La
respuesta podría antojarse fácil, una credencial que avale su identidad, pero
al final de cuentas, ¿qué es lo que le da sustento a esa credencial? Una base
de datos en línea. Lo que hace una persona para saber si una tercera es quien
dice ser es un simple cruce de datos y, si en este escrutinio todo resulta
correcto, pues usted es quien dice ser y no otro de los chorrocientos millones
de seres humanos que hay en este mundo. Así de sencillo es demostrar que su
existencia es real, pero teniendo en cuenta lo sencillo de este sistema, de
igual manera es muy fácil que algún maleante se apodere de su identidad
jurídica. Si yo fuera un malhechor informático, ¿qué necesitaría para
apoderarme de su identidad? Datos muy sencillos como nombre completo, domicilio
y fecha de nacimiento. Estos tres requisitos son la llave para obtener toda la
información que me abriría las puertas de su tarjeta de crédito, cuentas
bancarias, información confidencial acerca de salud, creencias religiosas y
políticas, preferencias sexuales y un largo etcétera. Mientras más sepa de
usted, más poder tendré sobre su persona y por lo tanto me será más fácil
apropiarme de su identidad.
En una sociedad en que la
corporeidad palpable de una persona pierde peso existencial, la existencia
virtual es más segura, veraz y tangible que la propia presencia del cuerpo, por
ejemplo, echare mano de una historia ficticia, pero en ningún momento carente
de verdad. Supongamos que usted se llama Felipe Pérez Rodríguez, sabe que así
se llama; sus padres, hermanos y familiares de primer rango estarán al tanto de
su existencia e identidad, pero a mí no me consta en lo más mínimo que esa combinación
específica de palabras (nombre) con que cada uno de nosotros somos denominados
al ser registrados dentro de la base de datos nacional –también conocida como
Registro Civil- se refiere a usted y que las ligas entre las bases de datos
bancarias y civiles estén sujetas a esta clave denominativa que se ostenta como
identificación personal, por lo tanto tendré que verificar su identidad virtual
para que sustente su existencia física. Sólo así podré tener total confianza de
que la persona que estoy viendo realmente existe.
Es aquí donde llego a una disyuntiva
ontológica; soy o no soy. O sea, el hecho de que exista físicamente me da una
identidad o mi identidad virtual sustenta mi existir corpóreo. Sin alejarnos de
esta disyuntiva, propongo una dualidad: existo pero no soy o soy pero no
existo. Estas dos opciones son concretas, verdaderas y plausibles. En la
primera puedo venir a este mundo matraca, existir y coexistir con otros
individuos de la sociedad, pero también puedo carecer de identidad al no poseer
alguna sustentación virtual que avale mi presencia en esta matraquera tierra.
Por otro lado, es posible no existir somáticamente y, sin embargo, ostentar una identidad que me permita cobrar
cheques, hacer compras en línea, jugar en casinos, realizar transacciones en la
bolsa de valores de Nueva York o abrir una cuenta de banco en Suiza.
Llegado a este punto, disparo una
pregunta, ¿qué será más real o importante a finales de este siglo que inicia;
la existencia física o la virtual?
La virtualidad en nuestras vidas se ha apoderado prácticamente de todo
lo que hacemos y del valor que le asignamos a las cosas. ¿Cuál es el sustento
que le doy a esto? Pues hagamos un experimento de valoración personal: ¿quiere
usted saber si es alguien?, ¿si será recordado por sus congéneres por algún
hecho o evento importante en su vida?, ¿en realidad quiere saber si su vida ha
valido? ¡Es muy sencillo! No necesita una esfera mágica de cristal o la
gnóstica presencia de una pitonisa para saberlo, simplemente necesita dos sencillos
implementos tecnológicos que encontrará en cualquier ciudad del mundo que
ostente ese nombre: una computadora con conexión a Internet; ingrese a
cualquier buscador de su preferencia; Yahoo, Google, Bing (todos trademarks, of
course), acto seguido, teclee su nombre completo y listo. Si su identidad
aparece, ya la hizo, es usted alguien en este mundo y podrá medir su nivel de
éxito checando en cuántas páginas aparece o cuántas hacen alusión a su persona
o trabajo. Pero si no aparece a la primera búsqueda, déjeme decirle mi querido
lector que su vida vale menos que un pepino, y su estancia en esta tierra es
comparativamente la misma que la de un perro: nació, creció, se reprodujo (en
el mejor de los casos), y sólo está esperando colgar los tenis, o dicho de otra
forma más poética en espera de conjugar el verbo petatear.
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