sábado, 17 de septiembre de 2011

LA CORRUPCIÓN



La corrupción en nuestro país ha alcanzado niveles insoportables infiltrándose en todos los niveles políticos, ideológicos y familiares. Somos una sociedad de corruptos en la cual permitimos toda clase de vejaciones a nuestra persona y familias, sin poder hacer nada más que ser corruptos igual que los demás.
            Es imposible luchar contra millones de personas que están convencidas de que el dinero es el único fin en la vida. ¿Cómo ir en contra de la creencia general de que llevar a cabo una actividad que no sea remunerada en forma monetaria es perder el tiempo?, ¿que la búsqueda de conocimiento no es más que una actividad ociosa?
            Es triste pero estoy empezando a pensar que la imbecilidad es una virtud y por tanto los que llamo actos de corrupción no son otra cosa que genuinos logros de nuestra civilización, la cual contrasta en sus logros tecnológicos y científicos con la degradación y podredumbre de las sociedades que la crearon.
            Como ejemplo de lo anterior pondré sobre la mesa el fruto inequívoco de una sociedad civilizada: las universidades. ¿Qué son realmente las universidades en México? –que son las que mejor conozco-, ¿será cierto que reúnen en sus entrañas a destacados pensadores y catedráticos en un afán común de formar las nuevas generaciones de ciudadanos, así como producir el conocimiento que haga de este país un lugar mejor para vivir?
            Como respuesta única: mi opinión es un rotundo ¡no! La mayoría de las universidades en la actualidad solo reúnen a un puñado de gentes medianamente valiosas o con conocimientos muy específicos, pero con un bagaje cultural por demás enclenque. Si a esto añadimos que quienes por lo general manejan el destino de las universidades son contratados sólo por sus habilidades mercantiles, sin que cuente con un ápice de ganas o capacidad por generar conocimiento, pero sí con un mejor sueldo que quienes podrían en algún momento generar la cultura, educación y condiciones ideales para que una institución educativa de la envergadura de una universidad fuera precisamente eso: ¡una universidad! Pues tenemos por resultado inicial la base y transmisión de la metodología de la corrupción a las nuevas generaciones.
            La corrupción dentro de las universidades comienza con el elemento monetario. El maestro, el catedrático, el académico, quien hace realmente una universidad, es un trabajador mediocremente pagado, por lo cual no le queda otra que ejercer el “mercenarismo educativo” trabajando en cuantas universidades puede y descuidando obviamente a todas, pues es materialmente imposible atender correctamente a más de 90 alumnos, que sería la suma de tres grupos típicos en igual número de instituciones diferentes con materias y licenciaturas disímiles entre ellas.
            Este catedrático modelo ejerce su tarea de enseñanza, pero aunada irremediablemente a ésta se encuentra una praxis de la simulación debida en su forma básica a las condiciones que señalo.
            ¿Cómo pedirle a una institución educativa que genere cultura cuando los que llevan las riendas de la misma son totalmente incultos? Es como pedirle peras al olmo, ¿no?
            Vuelvo a mi idea inicial: para que la vida de un mexicano tenga algún sentido debe ser en parte un iletrado y tener habilidad de enriquecerse.
           
Es obvio que el hecho de que la corrupción se infiltre en los centros de educación, como las universidades, tiene secuelas importantes en las esferas laborales y directivas de la empresa, por pequeña que esta sea. Un ejemplo de esto es que las personas mal preparadas y con una cultura reducida –en toda la extensión de la palabra- son absorbidas por las empresas sin que éstas puedan poner un filtro, porque los directivos encargados de las contrataciones están igual o peor preparados que los solicitantes.
            Lo que es interesante es que después se hacen preguntas como ¿por qué tenemos tan baja productividad? La respuesta es a todas luces simple: la gente que dirige las empresas en muchos casos es incapaz de innovar  y adaptarse al cambiante mundo de los negocios, porque su universo se circunscribe a una mediana educación universitaria con todos los problemas pedagógicos y corruptelas que ya mencioné.
            Hasta aquí sólo he escrito acerca de la corrupción de casos muy específicos, pero éste mal no sólo es endémico de las universidades o centros de trabajo, es un cáncer que aqueja a todas las sociedades humanas en mayor o menor medida,
            En el caso de México, contamos con una larga tradición en el “arte” de corromper y ser corrompido. Ya en tiempos prehispánicos, la corrupción era parte de la vida diaria. Sabemos esto gracias a arqueólogos que han encontrado semillas de cacao (que a manera de moneda se usaba en transacciones mercantiles) mezcladas con las cascarillas de éstas rellenas de lodo, simulando semillas completas.
            ¿Ingenio? ¡Por supuesto! Aunque, viéndolo desde otra perspectiva menos optimista, esto sería el primer caso de falsificación de dinero en Mesoamérica.
            El caso es que se trata de una “machincuepa”, en cuanto a la concepción de cuáles son los medios y fines en nuestra cultura. Como dijera un mexicanísimo refrán “En México se perdona todo, menos la pobreza”. ¡Que verdad tan amarga y vigente en nuestros días! Por ello, obtener dinero como sea y de quien sea es algo prioritario, no hay tiempo para cosas superfluas como leer, aprender, escribir, pues sólo estorban y distraen la atención de lo medular y fundamental en la vida: hacerse rico. Y como para hacerse millonario se necesita quitarle el dinero a los demás, pues la corrupción no es más que una buena (excelente, diría yo) fórmula para cumplir dicho cometido.
          ¿Quiénes son los héroes del pueblo de México?, ¿quiénes son dignos de toda alabanza y respeto? Pues la gente que cuenta con grandes cantidades de billetes, la “gente bonita”, “gente bien”. Dados los vocablos que se utilizan para definir  a éste tipo de “gente respetable”, concluyo que las personas a quienes no nos importa enriquecernos con dinero pero sí en conocimientos representamos una antitesis de “alguien respetable”. Es más, ahora resulta que si revisamos los antónimos de dichas palabras resulta que no sólo soy “gente mal” sino también “gente fea”.
          El ciudadano promedio actual entiende que los recursos monetarios son un fin y no un medio para la “consumación última en la vida” de cualquier ser humano -parafraseando a los filósofos-. El problemas está en que la mayoría de las personas sacrifica su felicidad (y la de los demás) en pos del dinero, en resumidas cuentas las personas que cambian los medios por los fines se corrompen prefiriendo ser la mitad de lo humano que podrían ser, disminuyendo al mínimo su capacidad de goce mediante el bloqueo total a la exposición de cualquier influencia cultivadora, y ya no digamos artística, que aumente su sensibilidad mediante el conocimiento, esto podríamos sumarlo a los siete pecados capitales. ¡Dios nos salve de cosas tan pavorosas!
            Quiero puntualizar que no tengo nada en contra del mercantilismo, capitalismo y algún otro “ismo” que tenga que ver con el dinero, sino que las actividades culturales han caído en el desmerito desde el punto de vista que estoy planteando, dado que todas ellas (salvo en honrosos y sufridos casos), lejos de ser reconocidas como actividades intelectuales, humanizadoras y civilizadas, se les suele ver desde una óptica meramente práctica, reducidas a su quincuagésima esencia: el dinero.
            Para terminar con este rosario de quejas, sólo resta añadir que la corrupción vive con nosotros, prácticamente es un familiar dentro de nuestra casa, que nos salva o nos perjudica, según sea el caso, de las situaciones amenazantes, comunes en nuestro andar por esta vida matraca. Nos es tan familiar que prácticamente no la vemos, es más, me atrevería a afirmar que prácticamente ya no podemos vivir sin ella a riesgo de perder nuestra identidad como mexicanos.
            Todos somos corruptos en menor o mayor grado, por lo que me pregunto ¿para qué hacer tantos esfuerzos y gastar dinero –que no tenemos- en su erradicación? ¿Por qué no llamarle a nuestra supuesta y fraudulenta democracia por su verdadero nombre: Anarquía? Así no tendríamos que simular en todos lados y podríamos enaltecer y adorar a la “gente bonita” sin que un miserable ser, como el autor de este texto, se atreva a impugnar la única y verdadera religión del Dios Dinero.
            Sólo me queda agradecerle a la vida al más puro estilo de Violeta Parra, cantando a lo bello, lo divino, lo humano y humanizante, para, acto seguido dispararme un balazo en la sien y dejarme caer en brazos de la corrupción.

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