La corrupción en nuestro país ha
alcanzado niveles insoportables infiltrándose en todos los niveles políticos,
ideológicos y familiares. Somos una sociedad de corruptos en la cual permitimos
toda clase de vejaciones a nuestra persona y familias, sin poder hacer nada más
que ser corruptos igual que los demás.
Es
imposible luchar contra millones de personas que están convencidas de que el
dinero es el único fin en la vida. ¿Cómo ir en contra de la creencia general de
que llevar a cabo una actividad que no sea remunerada en forma monetaria es
perder el tiempo?, ¿que la búsqueda de conocimiento no es más que una actividad
ociosa?
Es
triste pero estoy empezando a pensar que la imbecilidad es una virtud y por
tanto los que llamo actos de corrupción no son otra cosa que genuinos logros de
nuestra civilización, la cual contrasta en sus logros tecnológicos y
científicos con la degradación y podredumbre de las sociedades que la crearon.
Como
ejemplo de lo anterior pondré sobre la mesa el fruto inequívoco de una sociedad
civilizada: las universidades. ¿Qué son realmente las universidades en México?
–que son las que mejor conozco-, ¿será cierto que reúnen en sus entrañas a
destacados pensadores y catedráticos en un afán común de formar las nuevas
generaciones de ciudadanos, así como producir el conocimiento que haga de este
país un lugar mejor para vivir?
Como
respuesta única: mi opinión es un rotundo ¡no! La mayoría de las universidades
en la actualidad solo reúnen a un puñado de gentes medianamente valiosas o con
conocimientos muy específicos, pero con un bagaje cultural por demás enclenque.
Si a esto añadimos que quienes por lo general manejan el destino de las
universidades son contratados sólo por sus habilidades mercantiles, sin que
cuente con un ápice de ganas o capacidad por generar conocimiento, pero sí con
un mejor sueldo que quienes podrían en algún momento generar la cultura,
educación y condiciones ideales para que una institución educativa de la
envergadura de una universidad fuera precisamente eso: ¡una universidad! Pues
tenemos por resultado inicial la base y transmisión de la metodología de la
corrupción a las nuevas generaciones.
La
corrupción dentro de las universidades comienza con el elemento monetario. El
maestro, el catedrático, el académico, quien hace realmente una universidad, es
un trabajador mediocremente pagado, por lo cual no le queda otra que ejercer el
“mercenarismo educativo” trabajando en cuantas universidades puede y
descuidando obviamente a todas, pues es materialmente imposible atender
correctamente a más de 90 alumnos, que sería la suma de tres grupos típicos en
igual número de instituciones diferentes con materias y licenciaturas disímiles
entre ellas.
Este
catedrático modelo ejerce su tarea de enseñanza, pero aunada irremediablemente
a ésta se encuentra una praxis de la simulación debida en su forma básica a las
condiciones que señalo.
¿Cómo
pedirle a una institución educativa que genere cultura cuando los que llevan
las riendas de la misma son totalmente incultos? Es como pedirle peras al olmo,
¿no?
Vuelvo
a mi idea inicial: para que la vida de un mexicano tenga algún sentido debe ser
en parte un iletrado y tener habilidad de enriquecerse.
Es obvio que el hecho de que la
corrupción se infiltre en los centros de educación, como las universidades,
tiene secuelas importantes en las esferas laborales y directivas de la empresa,
por pequeña que esta sea. Un ejemplo de esto es que las personas mal preparadas
y con una cultura reducida –en toda la extensión de la palabra- son absorbidas
por las empresas sin que éstas puedan poner un filtro, porque los directivos
encargados de las contrataciones están igual o peor preparados que los
solicitantes.
Lo
que es interesante es que después se hacen preguntas como ¿por qué tenemos tan
baja productividad? La respuesta es a todas luces simple: la gente que dirige
las empresas en muchos casos es incapaz de innovar y adaptarse al cambiante mundo de los
negocios, porque su universo se circunscribe a una mediana educación
universitaria con todos los problemas pedagógicos y corruptelas que ya
mencioné.
Hasta
aquí sólo he escrito acerca de la corrupción de casos muy específicos, pero
éste mal no sólo es endémico de las universidades o centros de trabajo, es un
cáncer que aqueja a todas las sociedades humanas en mayor o menor medida,
En
el caso de México, contamos con una larga tradición en el “arte” de corromper y
ser corrompido. Ya en tiempos prehispánicos, la corrupción era parte de la vida
diaria. Sabemos esto gracias a arqueólogos que han encontrado semillas de cacao
(que a manera de moneda se usaba en transacciones mercantiles) mezcladas con
las cascarillas de éstas rellenas de lodo, simulando semillas completas.
¿Ingenio?
¡Por supuesto! Aunque, viéndolo desde otra perspectiva menos optimista, esto
sería el primer caso de falsificación de dinero en Mesoamérica.
El
caso es que se trata de una “machincuepa”, en cuanto a la concepción de cuáles
son los medios y fines en nuestra cultura. Como dijera un mexicanísimo refrán
“En México se perdona todo, menos la pobreza”. ¡Que verdad tan amarga y vigente
en nuestros días! Por ello, obtener dinero como sea y de quien sea es algo
prioritario, no hay tiempo para cosas superfluas como leer, aprender, escribir,
pues sólo estorban y distraen la atención de lo medular y fundamental en la
vida: hacerse rico. Y como para hacerse millonario se necesita quitarle el
dinero a los demás, pues la corrupción no es más que una buena (excelente,
diría yo) fórmula para cumplir dicho cometido.
¿Quiénes son los héroes del pueblo de
México?, ¿quiénes son dignos de toda alabanza y respeto? Pues la gente que
cuenta con grandes cantidades de billetes, la “gente bonita”, “gente bien”.
Dados los vocablos que se utilizan para definir
a éste tipo de “gente respetable”, concluyo que las personas a quienes
no nos importa enriquecernos con dinero pero sí en conocimientos representamos
una antitesis de “alguien respetable”. Es más, ahora resulta que si revisamos
los antónimos de dichas palabras resulta que no sólo soy “gente mal” sino
también “gente fea”.
El ciudadano promedio actual entiende
que los recursos monetarios son un fin y no un medio para la “consumación
última en la vida” de cualquier ser humano -parafraseando a los filósofos-. El
problemas está en que la mayoría de las personas sacrifica su felicidad (y la
de los demás) en pos del dinero, en resumidas cuentas las personas que cambian
los medios por los fines se corrompen prefiriendo ser la mitad de lo humano que
podrían ser, disminuyendo al mínimo su capacidad de goce mediante el bloqueo
total a la exposición de cualquier influencia cultivadora, y ya no digamos
artística, que aumente su sensibilidad mediante el conocimiento, esto podríamos
sumarlo a los siete pecados capitales. ¡Dios nos salve de cosas tan pavorosas!
Quiero
puntualizar que no tengo nada en contra del mercantilismo, capitalismo y algún
otro “ismo” que tenga que ver con el dinero, sino que las actividades
culturales han caído en el desmerito desde el punto de vista que estoy
planteando, dado que todas ellas (salvo en honrosos y sufridos casos), lejos de
ser reconocidas como actividades intelectuales, humanizadoras y civilizadas, se
les suele ver desde una óptica meramente práctica, reducidas a su quincuagésima
esencia: el dinero.
Para
terminar con este rosario de quejas, sólo resta añadir que la corrupción vive
con nosotros, prácticamente es un familiar dentro de nuestra casa, que nos
salva o nos perjudica, según sea el caso, de las situaciones amenazantes,
comunes en nuestro andar por esta vida matraca. Nos es tan familiar que
prácticamente no la vemos, es más, me atrevería a afirmar que prácticamente ya
no podemos vivir sin ella a riesgo de perder nuestra identidad como mexicanos.
Todos
somos corruptos en menor o mayor grado, por lo que me pregunto ¿para qué hacer
tantos esfuerzos y gastar dinero –que no tenemos- en su erradicación? ¿Por qué
no llamarle a nuestra supuesta y fraudulenta democracia por su verdadero
nombre: Anarquía? Así no tendríamos que simular en todos lados y podríamos
enaltecer y adorar a la “gente bonita” sin que un miserable ser, como el autor
de este texto, se atreva a impugnar la única y verdadera religión del Dios
Dinero.
Sólo
me queda agradecerle a la vida al más puro estilo de Violeta Parra, cantando a
lo bello, lo divino, lo humano y humanizante, para, acto seguido dispararme un
balazo en la sien y dejarme caer en brazos de la corrupción.
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