sábado, 17 de septiembre de 2011

Cuento: MITOS Y MITOTES DE UN ASESOR EXTERNO EMPRESARIAL



-Las empresas en San Luís Potosí tienen un manejo y un aspecto laboral muy parecido entre sí. No sé si este fenómeno se dé en otras partes de la republica o del mundo, sin embargo, aquí en la capital del estado, la forma de trabajo interna es tan típica y endémica como las enchiladas potosinas o los chocolates Costanzo.
     Definitivamente hay que entender esto último para poder captar el trabajo de un “Asesor Externo Empresarial” (que es con lo que su humilde servidor se gana la vida) y comprender todas las peripecias y vicisitudes que tengo en lo personal que enfrentar, en mi diario andar dentro de la jungla que es la zona industrial.
     Para empezar a entrar en materia, es mi deber explicar algunas cosas antes de dar una dentellada más profunda en el presente tema. Hay varias ramas y organigramas en el interior de estos mini-zoológicos potosinos, por lo que haré algunas analogías de manera que el lector no se sienta allanado con palabras técnicas ni retórica dominguera.
     Dentro de las “Zoo-Empresas de la “Jungla-Industrial” en el corredor de la carretera 57, podemos visualizar por la ventanilla al pasar cómodamente en el auto, apenas unos cuantos de estos ejemplos, de los cuales omitiremos los nombres por no afectar con verdades las apariencias que suelen costar muchos miles de pesos.
     Empezaré mi historia, tal como lo hacían los antiguos “Lords ingleses” cuando se referían a sus viajes de cacería por el continente negro o hindú.
     Este escalofriante relato da inicio con el timbrar del teléfono. El primer campanazo me sobresaltó, pues estaba ensimismado, luchando contra Santo Tomás de Aquino y su filosofía repleta de frases ensortijadas.
     Dejé que timbrara dos veces más y contesté.- ¿Bueno?; mientras una voz femenina me interpelaba al otro lado de la línea.- ¿El Ingeniero Gamboa? -Sí.         -contesté secamente. Un momento por favor, el licenciado “X” quiere hablar con usted. –dijo ceremoniosa. No hizo falta que dijera nada, sabía que una aventura más me esperaba, cosa que deduje en los interminables minutos en que me dejó colgado la “señorita del teléfono” ¿Señorita? (dije para mis adentros) -Habría que ver -Me respondí intrigante, mientras me acompañaba la musiquita con el muy sobado y resobado vals “Nocturno” del tuberculoso consentido de las masas: Chopin, la cual se antojaba metálica en la distancia.
-¿Bueno? Se oyó al fin una voz cavernosa ¿Inge Raúl? Así es -respondí cantadito.
¿Cómo estás Jijo de... (aquí omito el rosario de palabrotas que debo suponer son la manera más honda y verdadera de un mexicano para expresar su alegría, así como hacer sentir a su interlocutor digno de toda su amistad y confianza.)
   -...Pues muy bien licenciado, aquí nomás, sobreviviendo, –contesté, agradeciendo el rosario antes mencionado.
     -Oyes Inge, fíjate que tenemos un problemita y unas preguntitas que hacerte. Inmediatamente me puse en alerta al escuchar las palabras clave en diminutivo. (En mis experiencias anteriores, las preguntitas tienen una duración de dos horas y con los problemitas, me cuesta salir con vida.) -Dígame para que soy bueno Licenciado, -contesté meloso. -¡Para nada güeeey! Gritó emocionado el licenciado “X”, triunfante por haber hecho el chascarrillo del día. Permanecí estoico y lancé tres “ja, jas” mientras le hacía señas obscenas al teléfono.
     Fuera de Guasa... ¿Cuando te dejas caer por aquí? –dijo el licenciado, con la voz entrecortada por las últimas carcajadas. -Mañana sin falta estaré allí Licenciado, en el transcurso de la tarde. -Muy bien Inge, por aquí nos vemos y no te me pierdas mi chavo. -Dijo como si hubiera pasado las de Caín para encontrarme. -Hasta luego Licenciado –dije con el mejor tono de amabilidad que pude y acto seguido colgué la bocina del teléfono.
     Así de fácil daba comienzo una aventura más en la desolada selva de la carretera 57. Así de fácil es estar de acuerdo en enfrentarme a lo desconocido. Así de fácil es trabajar ahorita y cobrar hasta dentro de dos meses.
     Ya entrada la noche me dispuse a preparar el arsenal, nunca sé cuáles son los problemitas que me desquiciarán la vida, así que en mi portafolio tengo que cargar más cosas que un mago en su sombrero para realizar los prodigios que normalmente mi trabajo exige;

“Los imposibles los hacemos en una hora. Los milagros nos tardamos un poquito mas”.

     Lista de armas: desarmador de cruz, desarmador eléctrico (para apantallar), pinzas de punta, pinzas de punta acodada, repuestos de cable bus y lo más importante... el arsenal pesado: Un maletín lleno de software, drivers, sistemas operativos y programas pirata que puedan sacarme de cualquier apuro en mis múltiples encontronazos con las tribus protectoras de los “tesoros informáticos”.
     ¿No les he platicado, queridos lectores, de las feroces tribus que protegen a los tesoros Informáticos? Pues lo voy a hacer para que puedan vislumbrar lo muchas veces peligroso de mi trabajo.
     En cada zoo-empresa de la selva-industrial hay una tribu también conocida de forma general como “departamento de informática”, aunque ellos mismo se nombran con epítetos terribles como: Los “Comebytes” o los “Tragadiskettes” y cómo olvidar a los fieros “Rompe-lans”. Todas estas tribus están constituidas para proteger todo lo que las empresas atesoran: información, estados de cuenta, clientes, etcétera.
     Las tribus normalmente están compuestas por extensos equipos de informática con flamantes y siempre bien dispuestos ingenieros, quienes se encargan de crear, valorar o incluso corregir todos los programas necesarios para que de forma no siempre muy clara funcione la empresa y la circulación de los ríos de información sea óptima además de que se encuentre segura.
     Al siguiente día, llegada la hora de partir hacia mi destino, me apresto a salir, no sin antes recibir la bendición de mí querida esposa en forma de un beso y dándome los consejos de siempre: “Cuídate mucho, maneja con cuidado porque acuérdate que en esa carretera cada rato suceden accidentes” –pienso para mis adentros. Si supiera que lo más peligroso no se encuentra en la carretera sino lejos de la carpeta asfáltica. Mientras ella continúa; “...te encargo que de regreso pases por la leche y de una vez vas pensando en que quieres de cenar”.
     Minutos más tarde y después de librar a un taxista malencarado junto con dos recordatorios de progenitora más en mi haber, llego a mi destino. Respiro profundo aún en la seguridad de mi coche mientras me doy valor para iniciar la aventura.
     Aún no he acabado de bajarme completamente del auto cuando ya me espera la primera batalla, encarnada por un oficial uniformado en un feo verde olivo, quien rápido y presuroso me suelta en la cara la bienvenida.- Oiga, oiga allí no se puede estacionar, ese es el lugar sólo para los patrones. Estaciónese en el estacionamiento de visitas señalándome de forma vaga un solar polvoriento a unos 300 metros del lugar. Acto seguido lo veo desafiante a los ojos, escudriño con mi mirada más amenazadora su investidura y con una voz profunda... le digo.- ¿Porque no hay ningún letrero que indique que aquí no me puedo estacionar? A lo que el aborigen en cuestión me contesta.- Pues para eso estoy yo, jefecito. Ante tal verdad, enmudezco y decido irme hasta el otro lado de la empresa a modo de poderme estacionar. Una vez logrado esto último doy inicio al ritual de la buena suerte: poner el bastón de seguridad, checar que los vidrios se encuentren cerrados y por último cargar todas mis armas incluyendo el teléfono celular por si tengo que pedir ayuda.
     De esta manera inicio el largo camino de entrada a lo desconocido, no sin antes refunfuñar por mis zapatos que hace algunos segundos brillaban cual espejos y ahora son una masa opaca de barro polvoriento.
     Una vez pasada con bien la primera prueba, me anuncio ante la fémina de la recepción, que de forma automática me interpela: -Buenas tardes, ¿cuál es su asunto o a quién viene a buscar? Le clavo la mirada y con una voz lenta, pausada y varonil, para no tener que decir las cosas dos veces, le expongo mis generales y le digo la palabra mágica: “Quiero ver al Licenciado X”. Sin expresión facial alguna la recepcionista voltea a verme y en medio de una rumiada de chicle me pregunta -¿A quién? -Al Licenciado “X” –repito haciendo acto de paciencia.  -Un momentito – me contesta tomando el interfón sin dejarse de ver las mal pintadas uñas.-Regístrese por favor.
     Pasados los dos primeros cancerberos, por fin me encuentro con el licenciado “X” que después de otro chascarrillo vespertino me presenta al tipo más temido de los alrededores, al mismísimo médico brujo en persona, al portador de todos los secretos de las cajas blancas mágicas... al jefe del departamento de Informática o como mejor se le conoce “El jefe de la Tribu Rompefloppys”.
     Después de un estrechón de manos, medimos por vez primera nuestras fuerzas. Él, un médico brujo todo poderoso quien está siendo humillado en su propio territorio por el jefe máximo de la empresa al traer a otro médico brujo para que ensucie con su sola presencia el sagrado recinto del servidor (computadora maestra), casa sagrada de donde fluyen los ríos de información hacia las demás computadoras. Yo, un mago fuereño de tez blanca sin la cuadradés en la educación del Ingeniero en sistemas, y con la creatividad de un diseñador, me preparo a desenvainar mis armas a la menor provocación.
     Ya dentro del recinto sagrado, me doy cuenta del problema; el sistema de edición de video no lineal que había diseñado e instalado hace apenas tres meses yace abierto en sus entrañas, exponiendo en desorden pequeñas piezas, tornillos y cables a lo largo y ancho de toda una mesa. Peor cuadro dantesco no podría ser descrito.

     Lo primero que me viene a la mente es el recuerdo de hace casi cinco meses cuando el Licenciado “X” hacía una de sus habituales llamadas para preguntarme si había manera de hacer videos inductivos dentro de la misma empresa, ya que el costo de maquila de dichos trabajos hechos por alguna compañía externa se había encarecido enormemente. A lo que contesté en forma positiva y le platiqué  “grosso modo” cómo podía hacerse.
     A partir de ese momento me dio cinco días para ofertar un proyecto, mismo que tendría que competir con los que llegasen hasta ese momento. Lo interesante del asunto es que yo se que aquí en San Luís Potosí soy el único que se mete dentro de esas loqueras, pero hay que seguir el juego.
     Ya entregado el proyecto me dieron luz verde para avanzar con el mismo y dar inicio con el estira y afloja de los pedidos internacionales, las constantes peleas con las aduanas, sin dejar de mencionar las concebidas disputas por el tiempo de entrega de las mensajerías.
     Una vez con todo el material en mis manos me dispuse a ir a la empresa y hacer mi anunciada entrada triunfal. La caravana iniciaría con varios esclavos, quienes a manera de botín entrarían después de mí, llevando en sus lomos y cabezas el equipo informático. Con las puertas de par en par, la recepcionista me recibiría lanzando encarnados pétalos de rosas, mientras las trompetas de Aída resonarían portentosas anunciando mi colosal llegada.
     Nada de eso pasó, yo solito tuve que bajar todas y cada una de las cajas del carro y cargarlas desde el ya consabido “estacionamiento de visitas” porque como siempre, el “poli” no me dejó estacionarme enfrente y tampoco me ayudo, haciendo una de las desapariciones mas rápidas que he visto en mi vida.
     Viendo las tripas de la computadora sobre la mesa, todavía me acuerdo de las horas que pasé dejando a punto el sistema y de toda la gente que tenía mirando sobre mis hombros, situación por demás incómoda, pues como siempre, todos los Ingenieros querían ver que magia hacía con las máquinas, misma que a ellos les había sido negada por la naturaleza o por la escuela (quisiera pensar así).
   Una vez más, me veo en la necesidad de reconstruir una obra maestra de la informática.
Una vez más, me veo en la necesidad de reconstruir lo irreconstruible.
Una vez más, tengo a la tribu de “inges” mirando por encima de mis hombros.

     Pero ahora vengo preparado, de mi portafolio saco un disco Cd-Rom con el titulo grande y en letras bien legibles: “Portafolio Chicas Desnudas 2003”, prácticamente lo aviento a los salvajes que, como perros detrás de un buen pedazo de carne se van en bola a ver el contenido del dichoso Cd-Rom. Calculo que se tardarán unas dos horas en verlo y copiarlo unas seis veces, tiempo suficiente para hacer mi trabajo a gusto, sin presiones y sin miradas indiscretas que sólo desean que algo me salga mal para demostrar con júbilo que mi estancia en la empresa había sido un fracaso.
    Una vez terminada la presente aventura y después de haber resucitado a mi obra maestra, me despido amablemente de la tropa, no sin antes pasar por la oficina del Lic. “X” y recomendarle que la editora digital de videos es eso: Una editora y no una computadora con la cual hacer una horrible presentación de “Pogüer poin”.
     Con velocidad estable y las 9 de la noche cerrándose sobre mi humanidad, me alejo del peligrosísimo corredor 57 de la “jungla-industrial”, con rumbo norte, reflexionando acerca de lo vivido este día y de las subsecuentes visitas que muy probablemente me depare el destino, en la lucha por cobrar la aventura, hoy ejercida.
(Noviembre de 2003)

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