sábado, 17 de septiembre de 2011

Cuento: APAGÓN



-Ayer en la noche platicando con mi compadre Juan y mi cuate Manuel, llegamos a varias conclusiones apocalípticas. Que dicho sea de paso, nada tuvieron que ver con el efecto de alguna "bebida espirituosa".
        La plática empezó al calor de unas cervezas y después de buenos trozos de carne asada, salchichas y chorizo supuestamente Español, que en lo personal me había encargado de achicharrar.
       No pasarían de las 10 de la noche y John Lenon se esforzaba por desgañitarse en la grabadora que sonaba desde hacía ya un buen rato.
       Todo apuntaba a un típico final dominguero, cuando pasó lo inesperado; ¡Un apagón! Nos quedamos mudos por más de 5 segundos mientras la perplejidad de lo imposible impedía mediar palabra o exclamación obscena alguna.
        Contagiado por lo sorpresivo de la situación, John Lenon se había silenciado en un desvencijamiento típico del cassette que detiene lentamente su marcha.
        En fuerte tropel aparecieron las mujeres quienes se habían refugiado en el interior de la casa so pretexto de lavar algunos pocos trastos, que se vieron sacrificados, aun cuando habíamos tenido la "atinada" ocurrencia de organizar la parrillada en platos desechables.

-¡Se fue la luz!- Chillaron al unísono.

-¿A pooooco?

- respondimos los hombres en coro.

-Ni nos habíamos dado cuenta, añadió burlón mi compadre.

        Esto cada vez se pone más feo.- Comentó Manuel, mientras las féminas desordenaban mi casa en la búsqueda de velas.
        Ya repuestos de la primera sorpresa le prestamos la debida atención a Manuel, pues se había mantenido callado, más por estar royendo un último hueso que por falta de buenas ideas.
         Primero les sucedió a los Gringos.- Continuó. Después a los Ingleses, antier a los Yucatecos y como va de internacional el asunto pues ahora nos tocó a nosotros. -Esta "cañón" aumento Juan, apurando un buen trago de cerveza.
        Somos totalmente dependientes de la electricidad.- Intervine. Nuestra dependencia hacia la energía eléctrica nos ha sumido en un problema tan grande, que nuestra vida pende de un hilo.- No es para tanto, dijo Manuel incrédulo. ¡Cómo no! Respondió mi compadre, dándome la razón y de paso, honrando los Mexicanisimos votos del compadrazgo.
        La electricidad se ha convertido sin temor a equivocarme en la sangre que corre por nuestras venas, en el momento que ésta deja de fluir, todo se desquicia, incluso si el apagón durara mas de 10 días correríamos el riesgo de no contarla.
        ¿Así de grueso? Preguntó Manuel.- Así de grueso contestó mi compadre Juan, abriendo desmesuradamente los ojos mientras hacía hincapié moviendo afirmativamente la cabeza.

-Imaginemos un cuadro como el siguiente.- repliqué.

        Si por algún motivo en especial o por muchos a un tiempo, nos quedásemos sin electricidad, como estamos de momento. Y que este asunto durase más de un solo día. ¿Se imaginan la pesadilla en que se volverían nuestras vidas? Estamos tan acostumbrados a tener la energía eléctrica al alcance de nuestras manos que prácticamente todo lo que hacemos se pararía irremediablemente.

-Manuel Interesado en el tema dejó de roer el hueso y al igual que Juan se incorporó un poco en su asiento.

... Empezaríamos con los problemas más cercanos. Tales como que nos quedamos sin horno de microondas, televisión, música, luz para la noche, sin nada.

        Obviamente los problemas secundarios empezarían al segundo día; no hay agua, porque no funciona la bomba para subirla desde el aljibe hasta el tinaco.
       Iríamos a trabajar por la mañana para encontrarnos con que el 90% de nuestro trabajo no lo podríamos hacer porque la mayoría de la maquinara empresarial sin importar el ramo, usa energía eléctrica, ni una mugre carta podríamos pedirle a la secretaria pues la computadora estaría muerta.
        ¿Cuanto pueden durar las empresas en esa situación de parálisis? A la semana de encontrarnos en este escenario, ya no tendríamos agua ni para beber. También las máquinas de las purificadoras del líquido vital habrían dejado de funcionar. Por otro lado, muy probablemente; ya no habría gasolina para transportar nada, pues los dispositivos despachadores de las estaciones de gasolina también son eléctricos y el mismo fenómeno se extendería hasta los mismísimos pozos petroleros, bombas de los oleoductos, refinerías, etcétera, etcétera, eeetceeeeteera.

-¡Nooooo Maaaanches! Respondió Juan, imitando el tono alargado de mi última palabra. Mientras Manuel, aprovechando la pausa, se alargaría hasta casi caerse de la silla para proveerse de un delicioso elote que había empezado a crepitar en el asador.

-Imaginemos que este contexto durase más de un mes.- dije; mientras buscaba a tientas el envase de mi cerveza.
       A esas alturas del problema ya no hablaríamos de la incomodidad, sino que ya habría alcanzado el punto en que diríamos ¡ya no tengo dinero para comprar comida! No hay cajeros, tampoco movimientos bancarios ¡"no money"! Además que muy probablemente la mayoría de los supermercados estarían empezando a sufrir una fuerte crisis de desabasto.
        Remontemos el problema a tres meses seguidos. Mugrosos, "jediondos" y con tremendas crisis nerviosas, estaríamos empezando a cuestionar nuestra supervivencia y la de nuestras familias.

-Adfmas mjmjf fcafca.- señaló Manuel; disparándonos granitos de elote al hablar con la boca llena. -¿Que dijiste burro?- Interpeló Juan, quitándose sin disimular el desagrado, los increíblemente precisos proyectiles antes lanzados por Manuel. -¿Que que haríamos con la caca? Repitió Manuel esforzándose. -¿Cuál caca? Vociferó Juan; ya de pie sacudiéndose con ambas manos la nueva andanada de proyectiles que habían hecho blanco una vez más en su playera favorita.

        Mientras la presente escena dantesca aparecía ante mis ojos, mis oídos alcanzaron a escuchar a la mujer de Manuel, que nos había rondado hacía algunos segundos en busca de cerillos, quejarse con las demás señoras en el interior de la casa:

-¡Estos como siempre ya están hablando de cochinadas!

...Como ni Juan ni yo salíamos de nuestra "cara de interrogación", Manuel se explicó. - La caca acumulada durante más de tres meses en una casa muy probablemente ya llenaría un tambo de aceite.
-Y de los grandes; Agregó.

-En eso tienes razón.- Contesté. Las enfermedades derivadas de la falta de aseo e higiene ya empezarían a hacer mella en la población. Los hospitales trabajarían en condiciones infrahumanas si es que estos estuviesen abiertos para ese momento.
 
        Sobra decirles que ante una situación como esta, la única pregunta seria ¿cómo sobreviviré en un ambiente así de hostil? Suponiendo que tomásemos la decisión de sembrar nuestros alimentos y que tuviésemos un punto de abastecimiento de agua como un pocito o algo por el estilo, ¿cuántos de nosotros estamos preparados para producir nuestros propios alimentos?

-¡Uuuy! Exclamo Manuel.- A mi no se me daban ni los frijolitos que poníamos en frasquitos con algodón en la primaria.

-Esa es una gran verdad.- Repuso Juan. La mayoría de todos los humanos no tenemos ni la más remota idea de cómo hacer crecer algo de la tierra.

-Pero pongámonos optimistas.- Interrumpí. Hagamos un supón... Que tal que tenemos agua y que nuestra huertita prospera aunque sea en macetas. La bronca aquí no va a ser comer y mantener con lo mínimo indispensable para la supervivencia a tu familia. Sino que el problema real es: que por cada familia que pueda generar alimentos, habrá miles que no tengan ni la suerte ni la capacidad de hacerlo y obviamente, no se van a morir de hambre así como así.

-¡Pos no! - contestaron mis amigos al unísono.

-¿Quien de ustedes es el valiente que se avienta a matar cristianos en justa defensa de su huertita?

-Para terminar.- Recapitulé. En cosa de poquísimo tiempo, estaríamos regresando a la época de las cavernas y muy probablemente la mayoría de la población, terminaría muerta en menos de un año.
 
        Inspirado Manuel, respondió blandiendo la mazorca.- ¡Y pensar que por un móndrigo apagón nos puede llevar a todos la chinfamfa! Salvándonos mi compadre y yo de ser heridos en nuestros oídos al cortar Manuel la ultima palabra por darle una certera y final dentellada a la ya desnuda mazorca.
        Sin aviso ninguno; las luces se encendieron, no sin antes hacer que entrecerráramos los ojos profiriendo la palabrota que segundos antes le había sido negada a Manuel.

-¡Hágase la luz!- Gritó Juan. Al tiempo que John Lenon retomaba con nuevos bríos el ambiente de aquella noche dominical.
(Julio del 2007)

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