sábado, 17 de septiembre de 2011

BENDITAS TELENOVELAS



-La televisión en México es la base de la cultura nacional, los mexicanos prácticamente nacemos mamando de la televisión, nuestra vida existe y tiene valor conforme a los dictados y cánones televisivos, siendo que para esto no hay un mejor punto de comparación que las telenovelas.
        Benditas telenovelas, ¿cómo podríamos siquiera pensar en vivir sin ellas? No importa de qué canal sean o si son repetidas o nuevas, el caso es que nutren amorosamente a la sociedad mexicana de una cultura de lo superficial.   Ya desde nuestra más tierna infancia nos vemos entrelazados con ellas, aún en el vientre materno. ¿Qué madre no ha atesorado el nombre del galán o galana telenovelera de moda para laurear con él a su retoño? Andanadas de recién estrenados mexicanos y mexicanas recibirán cristianísimos nombres extraídos del mal gusto de los guionistas responsables de escribir las lacrimosas vespertinas.
        Un gran beneficiado es el lenguaje en sus más cultas expresiones quien también tiene mucho que agradecer a las telenovelas. Los significados y significantes son barajados y confundidos dentro del argot farandulero, pues no importa lo que se dice, lo que realmente importa es quién lo dice y si lo hace en medio de un dramón de quinto patio, entonces más duradera se hará la frase dentro de la cultura popular. ¿Qué madre bien intencionada se atreve a reprender a sus tiernos vástagos sin antes tener a la mano un buen repertorio de frases, miradas y moqueos cuidadosamente ensayados para que salgan igual a los de la sufrida heroína del culebrón de las seis de la tarde?
        Tal como lo anuncia la moda televisiva, leer es una mala iniciativa, por suerte en desuso. ¿Para qué cargar con el peso de un aburrido libro de filosofía? cuando las telenovelas nos dan una teoría de la vida que es práctica y sin vericuetos mentales.- Señora, señor, venga y siéntese frente a la televisión, allí todas sus dudas serán resueltas. Y si la telenovela de su predilección no cubre todas las facetas de la vida, siempre están los anuncios y spots comerciales que le darán una pauta y dirección a su existir.
        Pero las telenovelas no solo son para los adultos, también hay para los reyes de la casa y no hay mejor manera de inculcarles buenas costumbres a nuestros hijos que ponerlos a ver telenovelas infantiles, las cuales últimamente han resultado tan malas que hasta la misma empresa “Televisa” canceló su sección de producción infantil. Pero que eso no nos desanime, los niños absorben como esponjas todos los buenos consejos y virtudes valórales que tienen las telenovelas, aunque junto con éstos también se adhieren los anuncios de juguetes, golosinas, y alguno que otro comercial con serias implicaciones sexuales.
        La cultura también se hace presente dentro de las telenovelas, pues en ellas los villanos siempre son refinados, distinguidos, bien vestidos y guapotes o guapotas según sea el caso. Hablan con mesura y palabras domingueras, mientras que los buenos, los héroes y heroínas del pueblo empiezan siendo pobres pero honrados, brutos pero carismáticos, incultos pero poseedores de caritas angelicales para ellas o con expresivos y profundos ojos para ellos, ¡que al final es lo que cuenta! Ya desde ahí sabemos cuáles son los valores que sirven en esta vida, ¡pues las de los buenos! Por su parte, los malos, los cultos, siempre pierden y se quedan como el perro de las dos tortas: sin la chica buenota y sin el dinero. Por eso es mejor ser inculto y tener muchos billetes, porque de esa manera podemos repetir el interminable pasar de cenicientas modernas que se aferran a sus incultos -pero bien forrados de lana- príncipes azules y estos últimos escogen a dos o tres princesas 90-60-90 que usualmente no tienen dos dedos de frente, pero eso sí, el taco que se puede dar el propietario al exhibirlas en untados vestidos de gala en reuniones sociales mismas en donde se discuten los pormenores físicos de los protagonistas y las vicisitudes de las heroínas y malvadas telenoveleras.
          Es indiscutible la importancia social que tienen las comedias (como las llamaron las viejitas de antaño) ¿Cómo no serán de importantes las telenovelas dentro de la cultura nacional; que existen programas televisivos específicos para discutir, argüir y desembrollar las aventuras amorosas de los principales artistoides, -jovencitas y muchachitos- que lloran abundantemente y a la menor provocación durante los embates de los villanos? Quienes normalmente son personificados por primeros actores que dada su avanzada edad sólo pueden acceder a representar el mal en su más pura concepción.
        La moral también está en deuda con las telenovelas mexicanas, ¿de dónde íbamos a sacar los mexicanos unos principios morales tan fuertes como los que ostentamos? si no es de las telenovelas que nos dan la pauta:

-Comadre, ¿vio lo que le pasó a la fulanita de la telenovela equis?
-¿A la Lorena Patricia?
-No, comadre, esa es la que sale en la telenovela de las siete. Yo le digo de la Tifania Loredo, la que está como bizca y bien pechugona, que la hace de buena en la novela de las seis.
-¡Aaaah! sí, qué feo ¿veerdaaa?
-Sí, por eso yo ya le dije a la Gisela -mi sobrina- que no se ande metiendo con hombres casados, que eso no deja nada güeno. 
        ¿Y qué decir de los horarios en México? Casi todos dependen necesariamente de dos cuestiones importantísimas: las telenovelas y el fútbol, es más, me atrevería a asegurar que la vida del mexicano transcurre en el antes y el después del fútbol para los hombres o el antes y el después de las telenovelas para las féminas; pero jamás entre estos dos elementos que median la vida nacional. Ninguna cita, negocio, entrevista o cualquier otra cosa de menor valor o importancia, puede siquiera bosquejarse a medio tiro de esquina o gimoteo de una imponente morenaza de la pantalla chica.
        A todas luces, las telenovelas –y sus creadores- son los grandes forjadores de la cultura en México, pues si son las mamás –las primeras educadoras- quienes prácticamente lactan a sus hijos con las controvertidas aventuras amorosas de una cenicienta del siglo XXI, ¿como nos asombramos después de que los niños anden tan precoces en los temas de sexualidad y tan brutos en lo que se refiere a la cultura y educación básica? Por eso soy de la opinión de hacer un reconocimiento nacional a las personas de las televisoras involucradas en este proceso educativo mexicano, que nos dan la oportunidad de ver lo que no somos pero que definitivamente quisiéramos ser; y por otro lado, levantar una denuncia penal –si es que esto pudiese ser- en contra de todo padre o madre, que no tenga el valor civil, moral y humano de accionar el control remoto para apagar el televisor y acercar un libro a sus chilpayatitos tan necesitados de amor, atención y cultura.

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