miércoles, 29 de noviembre de 2023

El Indigno - Cuento corto

 

El Indigno
Cuento

Raúl Gamboa López


Apresurado   subí   al  camión, saludé cortésmente al  chofer mientras le ofrecía el pago de mi pasaje, no recibí respuesta, toda su atención se   clavó   en   las    monedas que le   tendía. Tambaleante por el movimiento del auténtico cacharro, me dejé caer pesadamente en un asiento vacío.


El   sol   pegaba en   mi   ventanilla, castigándome de forma severa el cachete   izquierdo, mientras mi mente solo podía pensar en la siguiente frase: -Esto no huele a rosas.


Un minuto después, al no poder evadir un bache, el camión saltó haciendo que los   huesos de   todos   los   allí   remolcados, azotaran contra los duros asientos, arrancando algunos improperios, mismos que murieron ahogados por el desagradable sonido del motor.


Al   intentar acomodar mi humanidad de nuevo en el estrecho asiento, me llamo   la atención un grafiti pintado en el respaldo frente a mí.  Poco a poco, al poner toda mi atención en él, me dí cuenta que no era un simple “balbuceo gráfico”; tenía números y símbolos usados en la física avanzada, esto lo sé porque a ello he dedicado toda mi vida, ¿Qué hacía este grafiti con representaciones cuánticas allí?


Saqué un pequeño volante que me habían dado en la calle, y sobre él, empecé a copiar mi hallazgo. Conforme lo traspasaba al papel me dí plena cuenta de lo allí encontrado. Era una formula muy compleja que expresaba variables y vectores, pero de una forma pulcra y elegante. 


Al descifrar el último símbolo casi borrado del respaldo, las lágrimas rodaron automáticamente por mi rostro, la podía reconocer, era lo que todo físico quería encontrar, el Santo Grial de cualquier teórico de las ciencias duras: ¡La fórmula que lo explicaba todo!  ¿Pero cómo era posible? ¿Cómo es qué algo tan grande y tan complejo se encontrará allí?  -Quiero decir: ¿En un pinchurriento asiento de un desvencijado camión?


La única explicación lógica era: ¡Dios la había escrito!, no puede ser de otra manera, Dios se subió al camión, saludo al camionero que seguramente no le devolvió el saludo y contoneándose sin ninguna gracia habría llegado hasta este asiento, y, y, y mágicamente escribió la verdad universal expresada en una fórmula matemática.


¡Es clarísimo! -grite.  Al   tiempo que dos señoras a mi derecha me veían con cara de espanto.


Sorprendido de mí mismo, me recompuse.  ¿Qué haré ahora con ésto?   Las cuadras pasaban veloces a mi izquierda y yo no encontraba la respuesta. Ante la inminente llegada a mi destino, decidí que aquello era muy poderoso para que cayera en manos equivocadas. Saqué un kleenex arrugado de una bolsa del   pantalón y empapándolo con saliva, borré en su totalidad aquella maravilla.  Acabé apenas para bajarme apresurado del camión.


Allí parado, debajo del parabus, sin poder mover las piernas, me dí cuenta que aún sujetaba el volante en donde había copiado la formula.  Lo apreté tan fuerte que las uñas se me hundieron en el dorso de la mano.


¡Guíame Señor¡, ¡Ilumíname! -Grité, alzando el rostro hacia el cielo.  No pude mantenerlo así, pues el sol clavó sus rayos en mis ojos obligándome a bajarlo. 


Y entonces lo supe. ¡No soy digno de ti! -Exclamé ¡No soy digno de poseer esta verdad, nadie en la tierra lo debe saber!


Tembloroso y con las manos empapadas de lágrimas, rasgué en varios movimientos el volante de papel, entregando los pedazos al viento, que se los llevó en cerrados semicírculos ante la turbulencia dejada por los coches.

SLP 28 de octubre de 2011