Cuento
Relatar el pasado es como contar las gotas de agua en el rio.
Por eso es narrar la historia de mi Señor Huracán Primero, es así de complejo.
Huracán nació hace 2,100 años, hijo primogénito del antiguo Rey Versérebis Tercero. Gobernante del soberbio Reino de Askarat, enclavado en la que una vez fue una rica y fértil tierra al norte de lo que hoy conocemos como América. Gobernaba de la mano de su hermosa y sabia esposa la Reina Montsuna, quién al descubrir que estaba en cinta, ofreció 100 venados y 100 humanos en sacrificio a los dioses para que cuidaran y bendijeran el nacimiento de su primer vástago.
A la siguiente luna de que el pequeño vampiro de sangre real nació, los reyes mandaron reunir un cónclave de varios sabios y astrólogos para que consultaran los cielos, pues había que encontrar el mejor nombre del futuro príncipe de Askarat. El nombre lo diría todo; por eso era de suma importancia que consultaran con las divinidades y a los espíritus de los elementos.
Después de 8 largas noches se acordó por unanimidad del cónclave que el nombre sería tomado del todopoderoso Dios Maya Huracán, dador de vida y muerte, pues los integrantes del mismo habían encontrado que las dualidades serían el futuro del primogénito real. Leyeron en el fuego que amaría inmensamente, pero que odiaría con igual fuerza, El agua dijo que sería un gran sabio pero se movería entre los ignorantes, y muchos otros secretos que el viento y la roca develaron.
Así que en la segunda luna de sangre del 99 A.C, año del ciervo de jade, se le dió el nombre de “Huracán Primero de Askarat” y los esclavos licanos aullaron durante 3 lunas seguidas como parte de la celebración.
Fueron momentos felices para todos, sobre todo para mí; Mirmaguel; que fuí elegido de entre los mejores guerreros para ser el capitán de su guardia personal un antiguo honor que aún conservo.
El príncipe Huracán Primero, pasó su primera infancia entre los mimos y delicias de la corte. Su madre se encargó de recibiera la cultura y educación que solo un futuro rey podría recibir. Filosofía, historia, ciencias, todas corrieron como ríos de sangre enfrente del joven príncipe y de todas bebió con inacabable sed. De igual manera el Rey Versérebis se encargó de su instrucción militar, durante la cual destacaron sus dotes como estratega y organizador de ejércitos.
A la quinta luna los reyes ordenaron la iniciación de su vástago como lo ordenaba la tradición milenaria del reino. Se bañó a la luz de la luna llena con la sangre de 10 jabalíes y una Princesa humana (regalada por su pueblo como sacrificio de paz) ofreció su blanco cuello. Esa fue la primera alma que tomó mi señor Huracán. Desgraciadamente… sería la última festividad que vería ese reino.
Como cualquier reino prospero y lleno de riquezas, era codiciado y los enemigos crecían en número y poder con el pasar del tiempo. Y al final del año 3 jaguar, la traición dió paso a la guerra.
Un clan de nigromantes y vampiros exiliados hizo alianza con los esclavos licanos. Una terrible guerra intestina surgió, las batallas fueron épicas, las matanzas infernales, ciudades de humanos, amigos y enemigos cayeron bajo el manto de cólera de los encarnizados combates.
El Reino de Askarat cayó. Hasta las puertas del mismísimo castillo del rey se llevaron las luchas.
El Rey y la Reina encabezaban la defensa del castillo; los hábiles arqueros de la guardia real acertaban sus flechas en las carnes del enemigo. Cuatro días con sus noches duró el sitio. Los enemigos viéndose reducidos en número, decidieron jugar su última carta: Los traidores licanos.
Los esclavos licanos atacaron desde dentro del castillo, y asestaron duros golpes a la yá disminuida guardia real, atacando por la espalda a los arqueros.
El caos fue total….
A un pequeño grupo de guerreros de élite a mi mando se le había dado la misión de proteger al joven príncipe. Nunca olvidaré el momento en que la Reina entro a la habitación y nos ordenó huir con su hijo. El príncipe se negó; Quería combatir, quería cortar cabezas… Tuvimos que pelear con el príncipe y dejarlo inconsciente para alejarlo de los brazos de su madre.
Lo último que recuerdo fue la sonrisa por un segundo del Rey, al vernos huir por la ladera rumbo al este, mientras hacía caer su mandoble en un circulo de muerte entre las filas enemigas.
Los reyes murieron y poco después la ciudad. Destruida por las incesantes pugnas entre los traidores que nunca se saciaron de sangre, poder y riquezas.
Hoy solo quedan algunas piedras bajo el manto estrellado de la noche.
Años pasamos huyendo, hasta que los asesinos cansados de ir tras nuestra huella o quizá por la falta de pago, dejaron de perseguirnos. El príncipe siempre hambriento de sabiduría nos llevaba en pos de ella y así viajamos al viejo continente y quiso el destino que en el camino encontráramos a una noble vampiresa, esposa de un duque y su sirvienta, que eran atacadas por licanos salvajes. Matamos a la pequeña jauría y sus colmillos pasaron a formar parte del entonces ya largo y extenso collar de trofeos de mi señor Huracán.
En agradecimiento el duque nos alojó en su castillo -A los que pensó eran soldados mercenarios. Nuestra triste historia no la revelamos, pues aún temíamos de los asesinos que nos seguían.
Pero el porte real, la educación y nobleza de mi señor Huracán eran difíciles de ocultar en el trato diario y pronto fue bendecido con el favor de los duques e incluso con algunas tierras. Durante esa época erradicamos a los licanos de la región y pactamos buenos arreglos con los Lords humanos así como elfos.
Por desgracia la felicidad no duró mucho, la enfermedad llegó a esas tierras y mató a casi todos los humanos, Sin el pasto necesario para vivir, las pugnas internas desgastaron a ese reino. Mi señor Huracán no se quedó a ver la vergonzosa caída. Tal como habían predicho los oráculos al nacer, se iría como el viento, abandonando todo y sin más.
Nos guió más al éste, hasta una ciudad llamada Gomorra. Debo de confesar que allí solo encontramos excesos, lujuria y corrupción. Mi amo por poco se pierde en ese mar de indecencia. Aún hoy, doy gracias a los dioses por haber destruido tal calamidad. Y aunque mi Señor la adoptó como su ciudad preferida, e incluso le gusta alardear de ser uno más de sus aberrantes ciudadanos, la ciudad se esfumó en las dunas del desierto consumida por una marea de fuego.
Después de Gomorra; en nuestro camino hacía Europa, de forma inesperada encontramos un campo inmenso de cadáveres, en donde hacía pocos días se había llevado a cabo una terrible batalla, algunos kilómetros después, dimos con sobrevivientes vampiros, que nos contaron la terrible historia de un reino avasallado por enemigos tiranos. La extraña similitud de hechos, llevó a encender el corazón de mi señor Huracán y viendo la posibilidad de reclamar venganza, aunque fuera en un reino muy lejano y distinto al suyo, nos llevó a unirnos con esos vampiros, los cuales nos transportaron a otra cueva en donde se escondía una reina: la Reina Gallela, quién nos acogió amablemente y contó sus penurias. Mi Señor decidió unirse a sus fuerzas y luchar a su lado. Pero cual no fue su sorpresa al enterarse que lucharía al lado de un ejército de licanos, comandado por su hermano Hemiter un Rey Lobo.
Debo de confesar que yo me rehusé en un principio a participar de tal locura, pero mi Señor Huracán, cansado de tanta oscuridad y resentimiento en su corazón decidió embarcarse en esa nueva aventura.
Muchas batallas se libraron desde ese momento y en todas prevalecimos. Se luchó lado a lado de los licanos. Garra con garra y colmillo con colmillo. La magia élfica junto con las espadas de muchas otras criaturas colosales llevaron a la victoria a los hermanos Gallela y Hemiter sobre la tiranía.
El día en que se consumó la creación del imperio de los “Hijos de la Luna”, mi señor Huracán me llamó y dijo:
-Eres libre de toda carga. Ahora al igual que yo serás un ciudadano más en éste vasto imperio, te daré una parte de las riquezas que aún conservamos (las cuales seguían siendo inmensas) y no me volverás a llamar mi Señor, o Príncipe, de ahora en adelante solo me llamaras: Amigo.
-Viviremos como súbditos, amaremos y gozaremos de nuestro estatus simple.
Acepte fingiendo agradarme su propuesta; para mí, él siempre será el Príncipe.
Pero lo dejaré vivir un tiempo de paz, Pues yo sé bien que dentro de su corazón, no se ha extinguido la llama por recuperar su reino. Esperare hasta ese momento en que me llame a alzar la espada de nuevo y cargar contra el enemigo… y juntos; Yo como su leal sirviente, levantaremos piedra sobre piedra para tener de nuevo el Reino en el cual nacimos.